Durante el verano de 1969 visité por seis semanas el Ecuador. Grabé en cinta todo lo que vino a mi oído: sonidos y ruidos de la naturaleza (viento, ríos, lluvia, animales etc.), sonidos típicos urbanos (tráfico, mercados), eventos en que participé (conversaciones, viajes, fiestas, un bautizo, etc.) y naturalmente «música» (conciertos, emisiones radiales, grabaciones, etc.).

De regreso en Alemania y luego de tomar distancia del viaje, comencé a escuchar esas grabaciones, con la intención de estudiarlas y ordenarlas. Para mi sorpresa me encontré con un potencial doble: por una parte sonidos muy ricos, con calidades acústicas muy interesantes, bien definibles con parámetros musicales; por otra sonidos con una capacidad enorme de respresentación de objetos, situaciones, sentimientos que describen bien una manera de ser, una manera de vivir.

En Ayayayayaytrabajo pues con ambos aspectos. Sobre un tejido sonoro abstracto creado por la manipulación de sonidos reales aparecen de manera muy plástica imágenes de momentos característicos de la vida diaria de mucha de nuestra gente, una rutina diaria obscura, sucia, permeada de alcohol y desillusión, bajo el manto de una sociedad cínica y mentirosa.